Autora: Laura Rivera Tapia
En las últimas semanas se desarrolló la Reunión Ordinaria del Consejo del Mercado Común del Sur (Mercosur) donde el canciller boliviano, Rogelio Mayta, reiteró la intención del país de volverse miembro pleno del proceso de integración regional. Bolivia se suscribió al protocolo de adhesión del bloque el año 2012 y aún no logra ser miembro pleno a falta de la ratificación legislativa por parte de Brasil. A pesar de que sus declaraciones se centran principalmente en el interés nacional de crecer dentro del ámbito tecnológico y energético, esta urgencia resulta especialmente peculiar considerando que el bloque estaría pasando por una de sus mayores crisis desde la suspensión de Venezuela el 2016. Las tensiones políticas entre los países miembros dificultan notablemente el avance de proyectos y mejoras sustanciales dentro del continente.
Muchos critican el funcionamiento del bloque como un intento estancado de crecimiento, estabilidad y dinamismo, que no ha mostrado verdaderos resultados desde su creación. Los pasados meses pudimos escuchar las declaraciones del presidente uruguayo Lacalle Pou anunciando formalmente el avance de sus negociaciones con China, situación que molestó a otros miembros como Argentina, cuyos delegados aseguran que cualquier trato con países terceros tiene que ser aprobado por el bloque o por el contrario Uruguay debería abandonar la alianza. Lacalle Pou advierte que las diferencias ideológicas y comerciales de algunos miembros con China (y otros países no-miembros), la imposibilidad de ciertos convenios y el cobro de aranceles proteccionistas altos están indudablemente frenando el avance económico de la región. Para el presidente, Mercosur en su totalidad debería firmar un TLC con China.
Brasil presentaba quejas similares el año 2018 cuando el “superministro” de Bolsonaro, Paulo Guedes advertía que el bloque era muy restrictivo económicamente hablando y prisionero de alianzas ideológicas. La adhesión definitiva de Bolivia al Mercosur no representaría más que la continuidad de la misma línea, un grupo de países con fracturas políticas que dependen enteramente de sus gobiernos de turno y de la rotación natural entre partidos de centro- izquierdas y derechas para poder definir alianzas estratégicas. Si consideramos la crisis que Sudamérica enfrentará en los próximos meses a causa de la situación del mercado global y el inminente proceso inflacionario que esta sucediendo en la región, es prudente empezar a analizar si el comercio intra-zona es verdaderamente más funcional que el extra-zona en tiempos de crisis. Este postulado no busca negar la necesidad de la integración económica del continente, pero si cuestionar los métodos del Mercosur al seguir apostando por una postura de regionalismo abierto cuando gran parte de sus miembros actúan como jugadores globales que negocian tratos de forma individual y bajo intereses propios, sin basarse realmente en ningún plan de acción que involucre a los demás países.