Su origen catalán, que lo definía en parte como miembro de una nación sin estado y sometida al centralismo español, marcó siempre su interés por las relaciones etno-culturales y los estados. En sus trabajos es fácil observar el respeto con que trató los manuscritos.
Por Roberto Laserna
Josep María Barnadas publicó Charcas en 1973 y se convirtió de inmediato en el historiador más importante de nuestro pasado colonial. A sus escasos 32 años de edad ya era una autoridad en historia. Su investigación abarcaba solamente un período de tres décadas, pero eran las fundamentales, aquéllas que dieron origen a Charcas, que al paso de los siglos vendría a ser Bolivia.
La contribución de Barnadas, a partir de entonces, fue ampliándose hasta convertirse en una verdadera institución. En mi opinión personal, Barnadas hizo solo, y con muy poco apoyo, mucho más que organizaciones e instituciones que cuentan con recursos, personal y presupuestos estables. Durante los años más difíciles de la inflación y la crisis se dio modos para publicar la revista Historia Boliviana, movilizando y alentando la actividad intelectual hasta en las provincias más remotas.
Lo conocí por esos días. Tenía una pequeña librería en la recientemente ensanchada avenida Heroínas y le dejaba en consignación los cuentos que publicaba en pequeños cuadernos con ilustraciones originales. Era cuidadoso con las cuentas e insistía en que le cobrara regularmente. Lo más importante, sin embargo, era su conversación y su interés por la literatura, a cuyo estudio también dedicó su esfuerzo en colaboración con Juan José Coy. Para mi gusto, en este campo nos deja un documento extraordinario sobre el barroco literario en las cartas de Alonso Ortiz de Abreu a su esposa.
Su origen catalán, que lo definía en parte como miembro de una nación sin estado y sometida al centralismo español, marcó siempre su interés por las relaciones etno-culturales y los estados. En sus trabajos es fácil observar el respeto con que trató los mundos indígenas y sus expresiones culturales. Insistía en escribir los nombres de pueblos, ríos y montes con la pronunciación original, para recordarnos nuestra pluralidad. Al mismo tiempo, eludió la tentación etnicista en la que tan fácilmente cayeron muchos de sus amigos y colegas.
En 1980 logramos, con Mario Estenssoro, que la Universidad de San Simón aprobara la creación de un centro de estudios históricos que debía reunir los archivos cochabambinos y formar investigadores. Lo dirigirían Josep Barnadas y Antonio Mitre. Los documentos los firmó el rector Trigo Andia el 17 de julio, pero la intervención militar a las universidades liquidó ese proyecto para siempre. Nunca sabremos lo que hubiera resultado. Barnadas siempre supo que la universidad estaba tomada desde adentro por burocracias corporativistas y de seguro no las habría aguantado.
La actitud de Barnadas era auténticamente progresista y por eso ajena a las ideologías que pretenden encasillarlo todo. Desconfiada del estado y su tendencia a controlar a la gente, era resistente a identidades colectivas y comunitarias que amenazan al ser individual. Era profundamente religioso y cultivaba la racionalidad individual. De hecho, asumía sin problemas la complejidad del ser individual y la enarbolaba como parte de sí mismo en sus propios ensayos. Esto resultaba para muchos algo incomprensible. Aunque con frecuencia parecía que buscaba deliberadamente provocar una polémica, su lenguaje era tan riguroso y preciso que sus muchos adversarios intelectuales optaron por callar. Fruto de esa intensa actividad crítica y testimonio de la manera en que vivió su tiempo son los libros que reúnen sus artículos y columnas periodísticas, y su autobiografía, compuesta a manera de entrevista.
Un día recibí una llamada suya. Me pedía escribir artículos breves sobre temas muy concretos, y me daba extensiones exactas y reglas que no podía cambiar en cuanto al tipo de contenido y a la bibliografía. Estaba embarcado en un proyecto que resultó ser un verdadero monumento bibliográfico, el Diccionario Histórico Boliviano. Me dio también fechas tope que no podría variar y, al final, me dijo: “No te voy a pagar nada, pero tendrás derecho a un descuento cuando salga el libro”. Era una verdadera explotación a la que me sometí con agrado y disciplina. Después supe que fuimos muchos los que, de ese modo, nos sentimos honrados por un intelectual austero y riguroso, cuya excelencia también honramos al responder a su invitación. Si era exigente consigo mismo, ¿por qué no habría de serlo con los demás?
Puede decirse que la labor histórica de Barnadas fue orientada por Gabriel René Moreno, a quien respetaba y admiraba como pocos y cuya labor, en gran medida, continuó. Especialmente con la Biblioteca Antiqva, su bibliografía de los libros perdidos, y su afán de archivista.
La última vez que estuvimos en contacto me dijo que estaba muy ocupado con un par de proyectos personales que quería terminar pronto. Volvimos a conversar de la necesidad de reeditar algunas de sus publicaciones, especialmente Charcas, y de lo penoso que era ver que a mayor bonanza en el país menos importancia se le daba a la cultura, a las ciencias y al trabajo intelectual.
Pocos días después supe que su salud se había quebrantado súbitamente.
Muchas veces nos encontramos visitando a Lorenzo Calzavarini, cuyo fallecimiento lamentamos juntos, y esta vez temí no poder despedirme. Fui varias veces a buscarlo. Solamente quería decirle gracias, por haber hecho de Bolivia un mejor país con su trabajo y su presencia, para nosotros y para nuestros hijos. Para decirle que se vaya tranquilo, que su obra seguiría dando luces y sombras, provocando y estimulando. No pude.
El artículo original lo puedes ver aquí
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Josep Ma. Barnadas: La hazaña Intelectual.
Josep Barnadas y mi curiosidad. por Marcelo Gonzales Yasik
Gordo Barnadas: Estoicismo germánico. por Carlos F. Toranzos
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