Menos gas, más creatividad

Menos gas, más creatividad

Por: Santiago Laserna Fernández

En una conferencia dictada hace poco por el reconocido economista boliviano, Antonio Saravia, se hizo la pregunta de cuál debería ser el modelo de desarrollo económico de Bolivia, dado que el modelo actual claramente no es sustentable. Su respuesta fue que los bolivianos siempre han sido creativos, y los emprendedores siempre encontrarán maneras de arrancar nuevos negocios y nuevas maneras de subsistir y generar riqueza para sí mismos y para sus empleados. Y en otra presentación similar, el economista boliviano Daniel Agramont expuso las limitaciones del agotado modelo extractivista de Bolivia, demostrando que claramente estamos entrando en una época de vacas flacas debido a la escasez de gas natural, nuestro principal producto de exportación que sostuvo el crecimiento económico boliviano por los últimos veinte años. Agramont hizo eco de algo que se está escuchando cada vez más entre los analistas económicos bolivianos: que es necesario encontrar maneras de diversificar la economía, desprendiéndonos de esa dependencia histórica tan fuerte que los bolivianos tenemos de vivir de las rentas de nuestros recursos naturales no renovables; una “enfermedad” también llamada maldición de los recursos naturales, o la trampa del rentismo (Laserna, 2011).

Algunos ahora apuntan hacia el litio como la próxima respuesta, sin darse cuenta de que están aplaudiendo nuevamente un modelo económico que ha demostrado, desde el caucho y estaño hasta el gas, estar muy lejos del modelo indicado para nuestro país. Y el problema es que ningún país en la historia ha logrado el desarrollo económico solamente explotando sus recursos naturales, y mucho menos haciendo que esta explotación sea liderada por empresas estatales, que por naturaleza no son las indicadas para generar riqueza de manera eficiente. Una muestra clara de ello fue la falta de inversión en investigación de nuevos yacimientos de gas natural durante nuestro “boom” de exportación. Situación que nos tiene actualmente sin gas, sin dólares, y rezando para que nuestro próximo recurso natural caiga mágicamente del cielo. Esta dejadez hubiera sido totalmente inexistente en una empresa privada, que por naturaleza busca el crecimiento sustentable de su negocio y la generación de valor para sus inversionistas, permitiendo a los bolivianos disfrutar de una oferta de gas mucho más alta que la que existe actualmente.

En Bolivia seguimos apostando por ese modelo gastado e ineficiente, sin darnos cuenta de que la respuesta para nuestro éxito económico está en el recurso más preciado que tenemos: la creatividad de nuestra gente. Un recurso que no cuesta mucho, pero que bien aprovechado y potenciado puede generar millones en rendimiento. Y con creatividad no me refiero solamente al ejercicio que realizan los artistas, que son el ejemplo más común de esto, sino a todos los emprendedores que tienen la osadía de innovar, de invertir, de ofrecer al mercado algo que no se ha ofrecido antes.

Actualmente la economía creativa, popularmente conocida como “economía naranja”, no es tomada con seriedad por algunos analistas porque lamentablemente ha sido abusada para la creación de leyes y políticas públicas que carecen de sustancia o, en el peor de los casos, empleada para empujar una agenda política que genera mayor gasto público hacia nuevos ministerios que sólo aumentan el peso de la ineficiencia estatal. Pero, en su esencia, la economía creativa no es nada más que un nuevo nombre para una idea que existe hace mucho tiempo, algo que el reconocido economista Jesús Huerta de Soto llamaba la “función empresarial”: una función creativa y dinámica que va más allá de la mera gestión de los recursos existentes. Es lo mismo que pregonaba Joseph Schumpeter cuando introdujo el concepto de «destrucción creativa» para describir cómo los empresarios innovan, creando nuevos productos y métodos de producción que desplazan a los empresarios que no logran innovar.

Y la economía creativa, como solución al problema de desarrollo económico, debe rescatar justamente ese valor empresarial, innovador y emprendedor, y no sólo enfocarse en conceptos como la preservación del patrimonio cultural y premios para artistas. Desde un punto de políticas estatales, esto implica generar un nivel de institucionalización lo suficientemente sólido como para garantizar la propiedad privada (incluyendo la propiedad intelectual), políticas impositivas que fomenten la rápida creación y eliminación de negocios, fomentando el ensayo y error, que son pilares fundamentales de la creatividad. Y desde un punto de vista municipal, implica facilitar la vida del emprendedor con menos trámites para la obtención de licencias de funcionamiento, licencias de publicidad exterior, contratos inútiles con las empresas de saneamiento, y tantos otros registros y requisitos que obligan a los pocos valientes emprendedores a apostar sus recursos bajo la sombra de la informalidad.

A pesar de los grandes desafíos que enfrenta, la economía creativa existe en Bolivia. Está en el día a día de cada desarrollador de software, artista, diseñador o emprendedor que apuesta por algo que no existía antes en Bolivia. Se evidencia en los crecientes trabajos de investigación que, dependiendo del método y los datos utilizados, encuentra que alrededor del 20% de la población económicamente activa del país vive de ella. La pregunta ahora es cómo vamos a ayudar a fomentar eso. ¿Cómo podemos hacer que más personas busquen la respuesta al desarrollo de su riqueza dentro de sí mismas en lugar de esperar a que aparezca un nuevo recurso natural para salvarnos? Una de las respuestas está en la educación de nuestros ciudadanos, procurando siempre enseñar a nuestros estudiantes a pensar por sí mismos, a resolver sus propios problemas, a asumir desafíos en base a sus méritos y capacidades, y a ser, en otras palabras, creativos.


Acerca del Autor:

Santiago Laserna Fernández

Economista investigador especializado en temas como la economía creativa, tecnología e innovación, economía cashless, y habitabilidad urbana. Tiene una maestría en Artes, Negocios y Creatividad de la Escuela de Negocios de la Universidad de Newcastle en Inglaterra y fue elegido por la Embajada de Estados Unidos como Humphrey Fellow para el periodo 2017-2018, donde se especializó en Economía para el Desarrollo en Michigan State University.