Marité Zegada
Desde hace varios años están en discusión el impacto del activismo ciudadano que han inundado las calles en distintos lugares del mundo, que excede a los formatos convencionales de movilización social como las sindicales, gremiales o partidarias dominantes en el siglo pasado. Desde hace un par de décadas han surgido nuevas formas de acción colectiva designadas de diversas maneras, como ciudadanismo, revoluciones ciudadanas, multitudes inteligentes o como dice Isidoro Chreresky en un reciente libro “movilizaciones cívicas multiformes de signo variado”.
La característica principal de estos “nuevos” actores movilizados es la espontaneidad, la alta capacidad de convocatoria y presión, la utilización de redes sociales tanto para la auto organización, como para el posicionamiento discursivo y simbólico, pero además su carácter efímero. Otra característica es la participación predominante de jóvenes, y la manera en que activistas de distintas causas, es decir que provienen de agendas diferenciales, se articulan coyunturalmente detrás de un objetivo común, generando grandes impactos para luego desactivarse, porque en general, excepto casos como el de España, que terminó en la conformación del partido político Podemos, tienen rasgos anti-partidarios y anti-políticos.
Los impactos son variados. En Chile después de varios episodios de presión han logrado instalar la Convención Constituyente, en otros casos han provocado la caída de gobiernos como del ex presidente filipino José Estrada a inicios de siglo, y en la mayoría de los casos, han logrado el cambio radical de políticas públicas. En Bolivia una reciente movilización ciudadana logró la anulación de elecciones y derivó en la renuncia prematura del ex presidente Morales, que luego se desarticuló y difuminó como movimiento. Al respecto dejan varias preguntas sobre su alcance y capacidad de trascender este paso esporádico por el mundo político. ¿Estaremos ante nuevas formas de representación de la política?